Inicio Blog Neurodiversidad en la primera infancia: Más allá del diagnóstico

Cuando hablamos de educación infantil, es fácil caer en la trampa de pensar que todos los niños y niñas aprenden igual, sienten igual, se relacionan igual. Pero basta con observar un aula por unos minutos para darnos cuenta de que la diversidad no es la excepción, sino la norma.

En este escenario diverso, cada vez escuchamos con más frecuencia términos como autismo, TDAH, dislexia o alta sensibilidad. Y aunque esto representa un avance en visibilización, muchas veces la conversación se queda ahí: en el diagnóstico. Hoy queremos ir más allá.

¿Qué es la neurodiversidad?

El concepto de neurodiversidad nace de una mirada más inclusiva y respetuosa hacia las diferencias en el funcionamiento neurológico humano. Parte de una premisa muy simple, pero poderosa:

No todos los cerebros funcionan igual, y eso no es un error. Es una expresión natural de la variabilidad humana.

Desde esta perspectiva, condiciones como el autismo, el TDAH o la dislexia no se ven únicamente como "trastornos", sino como formas distintas de percibir, procesar y actuar en el mundo.

La neurodiversidad en la etapa infantil: cuando todo empieza

La primera infancia es una etapa clave para el desarrollo. Aquí es donde se empiezan a mostrar ciertas diferencias que a veces desconciertan al adulto: niñes que no sostienen la mirada, que tienen reacciones intensas al ruido, que se concentran de forma profunda en temas muy específicos o que no siguen el ritmo del grupo.

En muchos casos, estas señales terminan en una evaluación y, tal vez, un diagnóstico. Pero, ¿y si en vez de preocuparnos solo por etiquetar, nos enfocáramos en acompañar?

Más allá del “diagnóstico”: lo que sí podemos (y debemos) hacer

1. Cambiar el enfoque

No preguntarnos "¿qué le pasa?", sino "¿qué necesita?". La diferencia es enorme. El primero parte del déficit; el segundo, del cuidado.

2. Adaptar sin segregar

No se trata de crear “espacios especiales” aparte, sino de ofrecer ajustes razonables dentro del aula para que todes puedan participar según sus posibilidades. Flexibilizar la forma de evaluar, de expresarse, de moverse.

3. Observar con curiosidad, no con juicio

Muchos comportamientos “problemáticos” son en realidad formas de comunicación. Un niño que se tapa los oídos probablemente no está desobedeciendo, está protegiéndose de una sobrecarga sensorial.

4. Trabajar en equipo con las familias

Las familias conocen mejor que nadie a sus hijxs. Escuchar sus experiencias, preocupaciones y propuestas enriquece cualquier intervención.

¿Y si en vez de encajar, dejamos que cada pieza brille como es?

Imagina una clase donde no todes tienen que hacer lo mismo al mismo tiempo. Donde se entiende que algunxs niñes aprenden mejor en movimiento, otrxs en silencio; unxs necesitan más contención, otrxs más autonomía. Ese es el verdadero desafío —y la gran oportunidad— de la educación inclusiva.

La neurodiversidad no es un problema a resolver, es una realidad a comprender y abrazar.

Para llevar al aula (o a casa):

  • Introduce cuentos con protagonistas neurodivergentes (como “Daniel no habla” o “Yo soy yo”).
  • Normaliza que todxs aprendemos diferente.
  • Celebra los “intereses intensos” de tus alumnxs como una fortaleza.
  • Cuida el lenguaje: evita etiquetas como “raro”, “malo” o “inquieto”.
  • Sé tú mismx un modelo de respeto hacia la diferencia.

Cierre reflexivo

La educación infantil no se trata solo de enseñar colores, letras o números. Se trata, sobre todo, de mirar a cada niñx como un ser completo y valioso, con su propio ritmo, su propia forma de ser y estar en el mundo. Porque cuando cambiamos la mirada, cambiamos el mundo de quienes más nos necesitan.