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La importancia de educar al género

Cuando se pretende comprar un juguete, el primer aspecto que se suele tener en cuenta, además de la edad de el/la niñx, es su sexualidad. Esta expresión pone de relieve la evidente distinción que existe en el entendimiento común, desde la primera infancia, entre juguetes masculinos y femeninos. En todos los países, épocas y culturas, el juego ha sido, y seguirá siendo, una actividad a través de la cual cada niñx construirá su propia realidad, enriqueciéndola con costumbres, normas y comportamientos vitales, formando así una parte importante de su identidad. A través del componente lúdico, lxs niñxs toman conciencia de sí mismxs, a partir de los estímulos culturales que recibe, proyecta actitudes y comportamientos que se consideran adecuados para cada situación y roles concretos. En particular, estos últimos siguen presentes en nuestra sociedad, siendo dictados por el estereotipo de género que se ha definido históricamente en base a las diferencias biológicas: hombre-mujer, las cuales se convierten no sólo en dos propiedades físicas, sino también en modelos interpretativos y definen nuestras construcciones sociales.

Los juegos y juguetes del mercado están, de hecho, muy diferenciados, como se puede comprobar simplemente mirando en los escaparates y grandes almacenes, pero también por la publicidad de papel y televisiva. Esta diferenciación se considera absolutamente normal y deseable, porque refleja roles y cualidades clásicamente atribuidos a hombres y mujeres. Es por esto que cabe preguntarse qué valores transmiten los juegos que se comercializan hoy en día a las futuras personas de nuestra sociedad.

La identidad de género, es decir, "la percepción sexuada de uno mismo y de su comportamiento adquirida a través de la experiencia personal y colectiva" se construye a través de la intervención de todas las agencias de socialización, como la familia, la escuela, el grupo de iguales; por tanto, es bueno y fundamental educar en género. El proceso de adquisición de la identidad de género es dinámico, fluido y relacional, y comienza antes del nacimiento, precisamente con la asignación de una categoría sexual al feto en función de sus genitales, de manera que se puedan sentar las bases para la construcción de una futura identidad masculina o femenina.

Al proceso por el que la niña y/o el niño adquieren su identidad de género le sigue la formación de los roles de género, es decir, "las características asociadas culturalmente a hombres y mujeres".

Es precisamente a estos roles a los que mujeres y hombres están llamados diariamente a ajustarse, ya que a través de ellos expresan, primero a sí mismos y luego a los demás, el género al que sienten que pertenecen. Como resultado de la asociación de roles, las diferencias giran en torno al género, a través del cual la sociedad asocia tareas distintas a hombres y mujeres. Así, se establece una jerarquía implícita en estrecha conexión con las relaciones entre mujeres y hombres, predominantemente asimétrica, según la cual se perpetúa una visión androcéntrica, en la que se atribuye a los hombres el dominio y el poder, y, a las mujeres la subordinación y el cuidado de la esfera privada e íntima.

La reiteración de roles ligados puramente a las diferencias sexuales ha contribuido a la creación y refuerzo de estereotipos, es decir, generalizaciones y simplificaciones impropias, que limitan las diferencias reales entre los sujetos. Estas imágenes y representaciones comunes simplifican la realidad a la mente humana reduciendo el amplio abanico de diferencias entre mujeres y hombres. El resultado es una bipolarización de los roles: el mundo femenino coincide y pertenece a la esfera emocional, y el masculino a la cognitiva. Según esta interpretación, el hombre goza de diversos dones como la fuerza, la lógica, el razonamiento y la independencia, y la mujer es complementaria a éste, por tanto, dependiente, tranquila y dedicada al afecto y al cuidado.

Quienes guían y orientan diariamente a lxs niñxs son precisamente los padres, lxs educadorxs, lxs profesorxs y cualquier figura de referencia que puedan tener. Por eso es necesario prevenir, evitar y eventualmente romper la cimentación de estereotipos y diferencias de género educando en género, especialmente a quienes tienen responsabilidades educativas.

Educar al género es precisamente una educación a la complejidad, aprovechando las diversidades que existen inter nos, sin negarlas, sino considerándolas como recursos con un valor inestimable y una posibilidad de confrontación y conversación. Una de las características fundamentales es ciertamente la creatividad, la orientación hacia una realidad que puede realizarse. Se caracteriza precisamente por la peculiaridad de estar libre de las dinámicas constantes a las que estamos sometidxs diariamente; es un espacio en el que todo puede escenificarse, precisamente porque ofrece la oportunidad de la confrontación, la participación y la cooperación con el otro. El juego actúa, así como mediador entre el mundo en que vivimos y el ficticio, al que aspiramos, en el que se transforman o derriban los modelos de género dominantes.

Ciertamente es necesario educar sobre el género, la complejidad y la diversidad, que deben ser interpretadas como un factor más, una riqueza y es fundamental afirmar que la sociedad y las generaciones futuras necesitan educadorxs, profesorxs, padres y madres con formación específica, ya que son precisamente estas figuras las que permitirán una transformación cultural y social

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